domingo, 26 de diciembre de 2010

¿Podrá entonces la gran Babilonia procuramos algún bien?


(Habla de la Roma del Apocalipsis).
Se nos advierte contra el peligro de tener parte en sus pecados y en su castigo; de ser hallados, cuando el fin sobrevenga, como meros hijos de este mundo y de sus grandes ciudades; con gustos, opiniones y hábitos propios de las mismas; con un corazón dependiente de la sociedad humana y una razón moldeada por ésta, Se nos advierte contra el peligro de encontramos el último día delante de nuestro juez, llenos de los bajos sentimientos, principios y fines que el mundo fomenta; con nuestros pensamientos vagando (si eso fuere entonces posible) detrás de vanidades; con pensamientos no mas elevados que la consideración de nuestras propias comodidades y ventajas; con un altivo desprecio por la Iglesia, sus ministros y sus simples fieles; con un amor por el rango y el estatus, por el esplendor y las modas del mundo, con una afectación de refinamiento, una dependencia de las fuerzas de nuestra razón, una habitual autoestima y una completa ignorancia del numero y atrocidad de los pecados que testifican en contra nuestra. Si somos hallados en este estado cuando el fin sobrevenga, ¿dónde nos encontraremos cuando el juicio haya culminado y los santos hayan sido llevados al cielo, y haya silencio y tinieblas donde antes había alegría y expectación? ¿Podrá  entonces la gran Babilonia procuramos algún bien, como si ella fuese inmortal, así como nosotros sí lo somos? Los hombres de hoy día"" dan nombres seductores a los pecados y a los pecadores. Pero en aquella hora todos los ciudadanos de Babilonia aparecerán bajo su verdadera luz, aquella que la Palabra de Dios arroja sobre ellos: “Perros, hechiceros, impuros, asesinos, idólatras, amigos y fautores de la mentira”.

Extracto del sermón La ciudad del anticristo predicado por John Henry Newman un domingo de Adviento de 1835. 

El cambio del mundo


Si el mundo, inmerso en el Mal y en la más feroz violencia, no ha sido aún reducido a cenizas, ha sido sólo gracias a la Santa Misa. Por eso nos da a entender el Padre Pío que no hay desastre, guerra o catástrofe que sea un mal mayor que la desaparición de la misa: "El mundo podría quedarse incluso sin sol, pero no sin la Santa Misa".
 El Cardenal Siri nos desvela un misterio excepcional: "Mientras se celebra la Santa Misa todo el mundo recibe algo de esa celebración". Incluso la más humilde de las celebraciones eucarísticas en el mas apartado pueblecito de la cristiandad, ante unas cuantas humildes mujeres, acarrea a la humanidad beneficios que ningúna gran iniciativa humana, ni conferencia, ni manifestación, ni acción política o social pueda acarrear. Ningúna revolución humana, pacifista incluso, ninguna diplomacia ni gobierno o partido o fuerza terrena puede hacer por la paz y el bien de los hombres, lo que hace la misa celebrada en la más apartada parroquia de la cristiandad.

Los católicos parecen haber olvidado que no hay nada, absolutamente nada, que pueda ser equiparable a la misa en cuanto a fuerza y eficacia de salvación y de cambio de la historia. Efectivamente desde que la fe en ella ha disminuido, se ha multiplicado el afanoso atarearse, el hablar, y el hablar de más por parte de los cristianos, acaso arrastrados aquí y allá, por una ráfaga cualquiera de la doctrina.
Los católicos se han hecho la ilusión de que la redención de la humanidad, o aunque no fuera más que un cambio del mundo, podría ser llevada a cabo por el hombre mediante su compromiso de cristianos, o mediante el compromiso de los hombres a favor de los últimos, de los penúltimos, de la justicia, del bien.
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